Déjame mirarte
hasta que se me derritan las pupilas.
Déjame tenerte tan cerca
que se me pegue tu olor.
Déjame que te borre los labios.
Deja que me mate
en la curva de tus comisuras.
Déjame caer por el precipicio de tus pestañas,
hasta la luz de tus ojos.
Déjame irme,
pero déjame volver.
Déjame adaptar mis dientes a tus medidas,
a cada una de ellas.
Deja que te busqué.
Búscame, pero si algún día
no me encuentras,
deja que el tiempo cumpla su parte.
Déjame curarte
aunque (no) sea yo
la que causa tus heridas.
Se conocieron en clase de cocina, eran los alumnos más aventajados, pero un día dejaron de asistir cada vez que empezaban una receta quedaba inacabada terminaban comiéndose el uno al otro, ella se convirtió en su receta favorita y él en la especialidad de la casa, lo que comenzó como un menú degustación, acabó con un banquete de perdices y un felices, para siempre.
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